La fábula: ¿qué es y cuál es el valor que tiene?
La fábula: ¿qué es y cuál es el valor que tiene?
Entre las muchas historias que (con suerte) nos leen cuando somos pequeños, es muy probable que se encuentre al menos una fábula.
Todos hemos escuchado la historia de La liebre y la tortuga o la de La hormiga y la cigarra, quizás con otros títulos u otros animales dependiendo del país en el que nacimos, pero todos hemos leído una versión de las mismas.
Hay muy buena razón para ello y vale la pena que entendamos lo que es una fábula para que sepamos por qué tienen una presencia tan marcada en tantas culturas.
Si quieres aprender más, ¡no pares deleer!
¿Qué es una fábula?
La fábula es una estructura literaria corta, generalmente narrada en prosa, que suele presentar animales y objetos antropomorfizados para construir una narrativa breve que tiene como propósito transmitir algún tipo de lección moral o moraleja.
Las moralejas han existido desde hace muchísimos años, siendo Esopo uno de sus exponentes más famosos y célebres. Es decir, ¡estas historias existen desde, al menos, la antigua Grecia!
Las fábulas se construyen específicamente con un fin didáctico, para enseñarle a los niños lecciones morales que los eduquen sobre vicios que deberían evitar y virtudes que vale la pena desarrollar.
¿En qué se diferencia del cuento?
Está clarísimo que los cuentos y las fábulas se parecen muchísimo, hasta el punto que se puede volver un poco complicado separarlos.
La diferencia central entre estas historias es que las fábulas están principalmente enfocadas en la enseñanza moral y la presentan de una forma clara y fácil de entender, mientras que los cuentos no, usualmente representando con símbolos la temática que exploran.
Las fábulas no utilizan símbolos abstractos ni dejan mucho a la interpretación.
4 fábulas que probablemente no conoces
No hay nada mejor para entender la naturaleza de las fábulas que leer unas cuántas. Como seguro ya has leído varias, deja que te comparta algunas que quizás no conoces. ¡Aquí vamos!
1. El león y el mosquito
Un día, un mosquito que volaba por la sabana se encontró con un inmenso león, pero lo vio lento y adormilado y pensó que podría vencerlo fácilmente.
Arrogante, el mosquito se acercó al león y empezó a zumbar cerca de su oído, lo cual irritó al animal.
—¿Por qué interrumpes mi sueño? ¿Acaso no sabes quién soy yo?
—¡Claro que lo sé! —contestó el mosquito con un tono burlón—. Eres aquel al que llaman “rey”, pero estoy seguro que puedo contigo.
—¡Insolente bribón, no te lo perdonaré!
El león trató de aplastar el mosquito, pero este era muy rápido y esquivaba sus garras mientras lo picaba en el rostro una y otra vez.
El león estaba tan desesperado que empezó a golpearse a sí mismo, lastimándose los ojos y la cara. Finalmente, humillado y herido, el león se fue con el rabo entre las patas.
El mosquito tenía el ego por las nubes y se burlaba del león mientras lo veía alejarse. Estaba tan distraído riéndose y celebrando, que cayó sin querer en una telaraña, sin posibilidad de escapar.
Al ver cómo la terrible araña se acercaba a él con la intención de devorarlo, el mosquito entendió que por mucho que uno se crea invencible, siempre habrá alguien que podrá ponerte en tu lugar.
2. El cazador y el pescador
Había una vez un cazador y un pescador que eran muy buenos en su oficio. Un día, cuando ambos volvían de una jornada de trabajo muy provechosa, se detuvieron a conversar por un rato.
—Esa cesta que traes se ve bastante llena, cazador. ¡Debe ser una maravilla comer carne todos los días! —dijo el pescador—. Yo siempre como pescado y estoy harto de las espinas.
—¿Eso crees? —respondió el cazador—. Yo ya no aguanto la carne. Después de comerla tanto, empieza a tener poco sabor para mí. ¡Lo que me gustaría es poder comer un buen atún o unas sardinas asadas!
El cazador y el pescador se dieron cuenta que podían ayudarse mutuamente, así que se les ocurrió un plan. Todos los días, se encontrarían en ese lugar y cambiarían sus cestas.
La idea funcionó y tanto uno como otro estaban felices: el cazador comiendo sardinas asadas y el pescador devorando la carne que tanto extrañaba.
Pasaron muchos días así, hasta que un hombre se topó con ellos y, entendiendo lo que hacían, les hizo una advertencia.
—No es buena idea que cambien de cestas todos los días. Con el tiempo, perderán el amor por su profesión, ya que el fruto de su trabajo se lo estarán dando a alguien más. Además, terminarán por despreciar también el sabor de esa nueva comida si comen siempre lo mismo. ¿Por qué mejor no intercalan los días?
El cazador y el pescador pensaron que el hombre tenía razón y empezaron a cambiar los cestos un día sí, y un día no.
Ambos descubrieron que ahora tanto la carne como el pescado sabían mejor y que el cariño que sentían por su profesión no solo no disminuía, sino que aumentaba ahora que eran capaces de disfrutar otra vez el fruto de su trabajo.
3. Los dos amigos y el oso
Había una vez dos amigos que solían dar largas caminatas por el bosque hablando de muchas cosas. Un día, un enorme oso apareció de la nada y empezó a perseguirlos, obligándolos a correr a toda velocidad para escapar.
Uno de ellos llegó a un árbol y ayudó a su amigo a subir. El compañero estaba tan asustado, que siguió subiendo hasta las ramas más altas en lugar de voltearse a ayudar a su amigo. Este, asustado, se echó al suelo y se hizo el muerto.
El oso llegó y vio al sujeto tirado en el suelo inmóvil. El que estaba en el árbol miraba con preocupación lo que ocurría, rogando que el plan de su amigo funcionara.
Después de unos minutos, el oso perdió interés y, de puro milagro, el muchacho se salvó.
—¡Qué alegría que estés bien! ¡Temí por tu vida! —dijo el joven mientras se bajaba del árbol.
—Me alegro de estar vivo y que tú lo estés también, pero veo que no eres un verdadero amigo. Ya no volveré a caminar contigo nunca más.
Y después de ese día, jamás se les volvió a ver juntos en el bosque.
¿Puedes decirme cuál fue la moraleja de cada una de estas fábulas?
Ahora que eres un experto en fábulas, quiero retarte a que me digas cuál es la enseñanza que estas historias procuran dejar. ¡Dímelo en los comentarios para que demuestres tu conocimiento!