¿Por qué Tolkien siempre será recordado, pero Meyers no?
¿Por qué Tolkien siempre será recordado, pero Meyers no?
Cuando releo las obras de Tolkien, especialmente el Señor de los Anillos, me entra la sensación de que, en la literatura moderna, se han perdido un poco las ganas de trascender, de escribir algo que supere generaciones y que se mantenga relevante por mucho tiempo.
Por ejemplo, la razón por la que El Príncipe de Nicholas Machiavelo es una “obra clásica” es porque, a pesar de haber sido escrita hace más de 500 años, podrías leerla mañana o dentro de 20 años y te revelaría cosas que aplican con la situación política en la que vives.
Eso es porque la novela ataca problemas e ideas tan profundas y claves de nuestra sociedad, que el ser humano tendría que cambiar demasiado para que no resuenen con su realidad.
Esa es la diferencia entre una novela clásica y una que simplemente tiene éxito, y luego se evapora.
Por supuesto, también hay otros factores en juego (como la relevancia del tema, lo especializado que es el libro, etcétera), pero en este artículo me quiero enfocar en aquellas cosas que, en principio, están bajo el control del escritor.
De hecho, estoy convencido de que dentro de 100 años las personas seguirán leyendo las novelas de Tolkien y las amarán, pero no sucederá lo mismo con las que fueron producidas por Stephanie Meyer, la escritora de Twilight; y creo que eso no necesariamente sucederá porque Tolkien sea un escritor más habilidoso que ella.
Es decir, claramente lo es, después de todo, Tolkien es uno de los más grandes y sería difícil llegarle a los talones, pero mi punto es que la capacidad gramatical no es lo que los diferencia, hay cosas más fundamentales haciendo de las suyas en este tema.
Justamente de eso vamos a hablar hoy en este artículo así que, si te interesa, ¡no pares de leer!
Nota: este artículo no es una crítica a Stephanie Meyer y su trabajo. Honestamente, el 95% de los escritores de fantasía que comparara con Tolkien saldrían perdiendo horriblemente. La elegí a ella porque creo que es más probable que la ubiques y tengas algo de familiaridad con sus libros. ¡Nadie le quita que es sumamente exitosa y que por una buena razón será!
La sinceridad
Tolkien: “No me dejes aquí solo”.
Meyer: “Tú eres mi vida ahora”.
Los grandes libros de la literatura fantástica tienen siempre una cosa en común: no tratan de engrandecerse ni pretender que son más profundos de lo que son. Simplemente manejan ideas reales de una manera honesta y sin tapujos.
Si has leído cualquier libro de Tolkien, puede incluso haber sido el Roverandom o las Cartas de Papá Noel, te darás cuenta que Tolkien tiene un estilo de escritura sumamente honesto y directo.
Sus sentimientos siempre están plagados en las páginas y sus ideas nunca tienen plot twists innecesarios ni están tratando constantemente de engañar al lector.
Esto sirve muchísimo porque le permite al mismo Tolkien explorar más fácilmente sus propias intenciones y elaborar perfectamente las ideas más abstractas que maneja en su cabeza. De esta forma, para el final del libro, el lector siente que viajó junto a él en esa misión de descubrimiento y reflexión interna.
Es por algo que cuando acabas el Hobbit tienes esa sensación de que el viaje de Bilbo tuvo mucho más que un enfrentamiento con un dragón y una confusión descomunal entre cinco ejércitos.
Sin embargo, esto no es lo mismo que sucede con los libros de Meyer. Esto es particularmente cierto en el segundo libro de la saga, donde la mitad del tiempo estamos conviviendo con una Bella desolada e, incluso, suicida.
Es demasiado exagerado, demasiado patético incluso. No es un sentimiento honesto que el lector realmente pueda sentir; es algo que solo un adolescente con las hormonas alborotadas podría creer entender, pero en cuanto crezca un poco se dará cuenta que todo era artificial y falso.
El problema es que Meyer no estaba siendo honesta consigo misma ni con el personaje de Bella. Lo único que quería era exagerar el poder de sus emociones para hacer creer al lector que había algo más ahí.
Puedes estar en desacuerdo conmigo si eres fanático de la saga (no tiene nada de malo que te guste), pero debes entender que desde el punto de vista temático, eso lo que significa es que la relación entre Edward y Bella es mucho más enferma y codependiente que pura y amorosa.
Quizás eso no te importe, quizás creas que ese es el amor que Meyer quería describir, pero me cuesta creer eso cuando todo el punto de los libros es esa relación y constantemente recibimos símbolos que tratan de decirnos que son perfectos el uno para el otro.
Esa incongruencia sucede porque el escritor no está interesado en explorar genuinamente lo que sucede en su historia, sino que está tratando de forzar el conflicto para tener algo que colocar en la siguiente página. ¡Es por algo que en ese libro los acontecimientos explotan de manera súbita en las últimas páginas!
La profundidad
Tolkien: “…Que hay bondad en este mundo, señor Frodo, y vale la pena luchar por ella”.
Meyer: “No soy como un coche que puedes reparar. Nunca voy a arrancar bien”.
Un escritor no tiene que tener el calibre de Dante Alighieri para ser profundo, pero sí necesita tener una cierta cantidad de respeto por su obra.
No, no estoy hablando de orgullo, eso es otra cosa totalmente distinta. El orgullo puede cegarte y hacerte creer que tu historia es mejor de lo que realmente es o, peor, convencerte de que toda crítica que venga en tu dirección es infundada.
Incluso la Divina Comedia tuvo uno que otro crítico y es, probablemente, el poema más meticuloso jamás escrito.
Cuando hablo de “respeto por la obra”, me refiero a esa sensación de que tienes que hacer lo mejor posible por ella, de que cada palabra debe ser revisada hasta que estés seguro que tus capacidades de escritor no dan para más.
Me refiero a reflexionar sobre tus personajes y dejarlos hacer cosas con las que no estás de acuerdo, de respetar su voluntad aunque afecte la forma en la que querías llevar la historia.
Esto es algo que Tolkien hace a la perfección. He leído casi todos sus libros y no he visto una sola vez un personaje que actúe de manera extraña y poco apropiada para lo que representa. ¡Y mira que Tolkien tiene miles de personajes importantes en sus libros!
Eso sin mencionar las guerras, las alianzas, las traiciones y los miles de años de historia que maneja cuando habla de la Tierra Media. Todo tiene un por qué en ese mundo y, aún así, puede escribir diez mil páginas sin contradecir nada de lo que ha dicho antes.
La única forma de lograr esto es por medio de ese respeto que Tolkien tiene por su obra, eso que le permite revisar todo mil veces para hacerle justicia a los personajes y el mundo en el que viven.
Esto es vital para una historia porque es lo que le da su profundidad, ya que hace que el mundo tenga una integridad inquebrantable que siempre refleja perfectamente la clase de conflicto que se está librando entre el bien y el mal.
Pueden pasar tres mil años de conflictos y los eventos seguirán íntimamente conectados y acentuarán las temáticas e ideas que Tolkien está manejando de una forma que es difícil de explicar.
Es por algo que a Meyer le critican su escritura y la categorizan de simplona. No es porque ella sea mala escribiendo, sino porque sus historias carecen de esta profundidad. Nada de lo que ella te dice te invita a reflexionar ni mirarte a ti mismo de una manera juiciosa.
Te entretiene hasta cierto punto, pero no te agarra, no te deja horas en la ducha pensando en lo que leíste y eso es porque ni siquiera ella da la impresión de haber pasado horas contemplando el vacío y reflexionando sobre lo que sus personajes harían después.
Por el contrario, a veces es sumamente obvio que ella les dijo qué hacer y estos, aunque fuera en contra de su naturaleza, no tuvieron otra opción que hacerle caso. Esto le quita valor y significado a sus acciones y, por ende, a la historia.
Lo cual nos lleva al siguiente punto…
El valor y desarrollo de los personajes
Tolkien: “Yo te hubiera seguido, mi hermano”.
Meyer: “Eres perfecta”.
Una historia es tan buena como los personajes que participan en ella. Realmente no hay otra forma de decirlo mejor.
¿Alguna vez te has sorprendido leyendo una novela o viendo una película que habla sobre un tema que no te podría parecer más aburrido en una plática dominical, pero que te engancha de principio a fin? Pues, esa es la demostración más clara que el contexto importa mucho menos que los individuos que participan en ese contexto.
Por ejemplo, la famosa película de El Lobo de Wall Street es, básicamente, una película sobre la bolsa de valores. ¡Dime cuántas veces te has sentado a leer la sección de Finanzas del periódico y te has sentido motivado por lo que ves! ¡Apuesto que nunca!
Pero es cínico de mi parte pretender que la película se trata de eso, porque tanto tú como yo sabemos que no es así, aunque el 99% de las sinopsis digan algo parecido. No, es la historia de un hombre, sus victorias y sus derrotas, sus alegrías y sus desgracias, la bendición y la maldición que fue para él ser tan bueno en algo que resultó tan malo para él.
Es por eso que cualquiera que te dice que el Señor de los Anillos se trata de un enano llevando un anillo a una montaña te hace querer aventarlo por la ventana. Es mucho más que eso. Es tanto que tu cabeza da vueltas y no sabes ni por dónde empezar.
Eso es porque el valor de cada personaje principal en la historia es único e inigualable. Cada uno maneja un conflicto distinto y lo ataca a su manera, sin que haya mucho que puedas discutirles.
Es como cuando tu mejor amigo está por hacer ESA estupidez. Ya sabes, esa estupidez que toda la vida tú y todos le han dicho que no haga, pero que igual va a hacer porque él es así. En el momento en el que te das cuenta que estás por decirle algo, te callas, porque sabes que no tiene sentido insistir.
Eso mismo es lo que sucede con los personajes bien desarrollados que crea Tolkien: todas sus acciones se sienten inevitables, incluso cunado no estás de acuerdo.
¿Alguna vez te preguntaste por qué era tan ridículo que Edward decidiera desnudarse frente a la “inquisición vampírica” porque creía que Bella estaba muerta? Pues… es porque ahí faltó desarrollar al personaje. ¡Y estamos hablando del más importante después de la protagonista!
La historia viene primero, todo lo demás es secundario
Al final del día, todo se reduce a esto último: Tolkien ponía sus historias por encima de todo, Meyer ponía la reacción del lector por encima de todo.
Por supuesto, Meyer creó un increíble gigante mundial que generó millones de dólares, pero Tolkien creó algo inmortal, algo que solo perecerá cuando todas las edades de la tierra hayan pasado y no haya conciencia que las pueda recordar.
En defensa de Meyer, quizás la presión editorial jugó un papel importante (después de todo, Tolkien escribía para él y para su familia), pero eso no le quita fuerza a mi mensaje central: las novelas que evolucionan por sí solas, utilizando al escritor como conducto más que como director de orquesta, son las que recordaremos de aquí a mil años.
Esto es difícil de lograr, no me malentiendas, pero tiene que ser el fin de todo escritor y la razón por la que pule sus habilidades sin parar (en mi opinión).
Y, dicho esto, me encantaría que me ayudaras a desarrollar la habilidad necesaria para conseguirlo. ¡Lee en Wattpad mi libro Jagger o cómpralo en Amazon, y dime qué piensas de él! ¡Tu opinión me interesa muchísimo!
Yo leí la saga crepúsculo cuando iba en secundaria (15años) solo porque una compañera quiso que los leyera para que le diera mi más sincera opinión al respecto y creo que fui lo suficientemente brutal para que dejara de hablarme y me tachara de tener mal gusto 🙁
Pero había visto lo vacío de todo, sin mencionar lo forzado, enfermizo y estúpido que era esa absurda relación. Los personajes eran como unas pobres marionetas manejadas por el más ambicioso titiritero, pues me pareció que la autora solo había escrito por fama y dinero.
Estoy muy de acuerdo contigo. Es una lástima porque en general, la trama no es taaaan mala. El problema es que no se manejaron ninguna de las temáticas que podían hacer que esa relación fuera realmente interesante. Oye, Daicroze, ¿eres tú? ¿De Wattpad?